El nombre exacto de las cosas
(A Rubén Vela)
-Carmina-
Poeta,
Del árbol no me hables.
Ponlo a reverdecer frente a mis ojos;
No me cuentes la historia de la piedra,
Dame su mudo nombre,
Su endurecida voz de tiempo sin orillas.
No me digas, poeta,
Lo que los ojos ven,
Lo que escucha el oído,
Lo que la mano toca...
¿Para qué sirve, di, la palabra que, ciega,
Resbala como el agua?
¿La palabra que rueda veloz
Y no destila
Por las grietas sagradas del instante?
¿Para qué sirve el aire
Si el pájaro no vuela?
No me hables, poeta,
Del amor, de la dicha, del odio
O de la lágrima:
No permitas que escapen con los nombres
Las cosas
Igual que se desprenden las hojas de las ramas.
Dame la sombra oculta que yace tras la sombra,
La fugitiva noche,
La estación hechizada,
El germen que en la sangre te enracima los sueños
Y te los vuelve arena de luz
Y madrugada;
Dame la tierra pura donde otra sed germina,
Donde aguarda el remoto estupor de la nada,
Donde esculpes por dentro el mármol de las horas
Y a la flor del olvido le sorbes su fragancia.
Pero no cuentes nada que la lluvia no cuente
O lo murmure
El sordo eco de la distancia;
Ni el labrado apellido pronuncies del otoño
Si sus marchitas hojas
No pueblan tu nostalgia...
Que la palabra es sólo
Vapor, celaje y bruma
Mientras un sol secreto no anide en sus entrañas.
Impromptu
Por alguna razón sabia que ignoro,
El Hado o el azar –me da lo mismo–,
Ha gestado con vértigo de abismo
La carne fugitiva en donde moro.
Presa soy desde entonces del engaño
Del segundo que fluye, escalofrío
Que me arrebata el mundo que era mío
Y lo vuelve distante, mudo, extraño...
¿Quién es el que se expresa por mi boca?
¿Quién mi rostro y mis gestos ha usurpado?
¿Quién el cristal quebró de mi secreto?
Yo jamás lo sabré..., pero alguien toca
A la azorada puerta y me ha dejado,
Desnudo y transparente, este soneto.
Variación sobre un poema
de Franklin Mieses Burgos
-Carmina-
Esta canción estaba rodando por la arena;
De la rama de un árbol, meciéndose, cayó.
Vi su gesto aturdido, su indescriptible pena
Cuando la bota torpe, al pasar, la aplastó.
¿En qué país remoto germinan las canciones,
Esas leves criaturas con sonrisa de azahar?
¿Son acaso las hijas de extasiadas visiones
O brotan del murmullo insondable del mar?
¿Surgen tal vez del aire o del prodigio ciego
De aquella enredadera que crece en el rincón?,
¿O es su morada íntima el encarnado fuego
De la rosa que esplende en nuestro corazón?
Yo no sé cuando llegan y ni por qué ni cómo,
Mas de un frondoso roble la contemplé caer
Y ahora a sus extrañas latitudes me asomo
Y palpo tembloroso su seno de mujer.
¡Oh, la canción desnuda que rodó por el suelo!,
La que todos maltratan, la que ninguno ve:
Es un simple pedazo de desahuciado cielo,
Un trozo de nostalgia, un retazo de fe...
Esa canción quería que alguien la cantara,
Que alguien recogiera su inerme soledad,
Que del polvo una mano gentil la rescatara
Y hacia el azul del día alzase su verdad.
Yo la tomé en mis brazos y levanté su espeso
Dolor de otoño antiguo desterrado en la voz;
Sobre su boca ardiente estampé un largo beso
Y en silencio nos fuimos, por fin juntos, los dos.
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